La compañía Virgin Galactic está ya comercializando los primeros billetes para un futuro viaje espacial (por un precio no asequible para todos los bolsillos). Nada menos que 600 personas se han apuntado y están preparadas para disfrutar un paseo suborbital de unas pocas horas. ¡Qué ganas de tener una experiencia única! A menor escala, es evidente que vivir experiencias extraordinarias es una meta que casi todas las personas nos proponemos y valoramos. Aprovechamos cualquier oportunidad para ello, y además nos lanzamos a publicitarla en cuanto podemos. Si queremos pruebas de lo que digo, nada como darse un paseo por cualquier red social. Encontraremos las fotos de nuestros amigos compartiendo con orgullo su último viaje a un país exótico, o una visita a un restaurante exclusivo (documentándola bien con primeros planos de los platos, desde todos los ángulos), o un selfie con un famoso grupo de músicos tras un concierto. ¿Por qué comparte la gente este tipo de experiencias extraordinarias? Habrá quien lo atribuya a un deseo de «dar envidia», y puede que algo de eso haya (Smith & Kim, 2007). Pero por lo general podríamos decir que esas experiencias, precisamente por extraordinarias y exclusivas, hacen que sus protagonistas se sientan únicos y especiales, y quieran compartirlo con su círculo social. Ahora bien, ¿cuál será la reacción de dicho círculo social? ¿Será positiva? ¿Será la esperada?
En un reciente artículo, el experto en felicidad de la Universidad de Harvard Dan Gilbert y sus compañeros nos describen tres estudios (Cooney, Gilbert & Wilson, 2014) en los que se proponen arrojar un poco de luz sobre los efectos secundarios de la búsqueda de experiencias extraordinarias.
Esperad, ¿he dicho efectos secundarios? Si alguien me regalara un billete de ida y vuelta a Marte, si con ello me convirtiera en el primer turista espacial de mi país o hasta de mi continente, ¿no me adorarían las masas a mi vuelta? ¿No sería el tipo más popular? ¡Tendría miles de historias extraordinarias que contar! Precisamente, he ahí una de las claves del asunto. Investigaciones previas indican que, por lo general, a las personas nos gusta hablar de las cosas que tenemos en común (Gigone & Hastie, 1993). Si fuera la única persona en mi círculo de amistades con esa experiencia que contar, tal vez no sería el tema de conversación más popular, ni yo el interlocutor más apreciado. Con todas las consecuencias emocionales que esto podría conllevar, incluyendo el aislamiento.
Los experimentos de Cooney, Gilbert y Wilson se asientan en esta intuición que acabo de describir y se llevan a cabo mediante un procedimiento asombrosamente sencillo (con variaciones entre los tres experimentos). Los participantes de los tres experimentos fueron invitados al laboratorio en grupos de cuatro. Allí, cada uno por separado, veían un video de unos 5 minutos. Tres de los participantes veían el mismo video, que había sido seleccionado previamente por tener una baja puntuación de diversión o interés (se trataba de una animación por ordenador), mientras que el cuarto participante veía un video escogido por tener una alta puntuación de diversión (en él se veía a un mago haciendo un truco de magia como para quedarse con la boca abierta). Es decir: tenemos tres participantes que han vivido una experiencia tal vez anodina, pero compartida, y un cuarto participante que ha vivido una experiencia extraordinaria. Tras ver los respectivos videos, los cuatro participantes indicaban cómo se sentían (en una escala de «no muy bien» a «muy bien»), e inmediatamente se reunían en una sala para charlar durante unos minutos. Después de la interacción social, se volvió a pedir a los participantes que indicasen cómo se sentían y también cómo creen que fueron tratados en la conversación («integrados» o «excluidos» de la misma).
En el Experimento 1 descrito en el artículo, se documenta cómo los participantes que vieron el video «extraordinario» acabaron sintiéndose peor y más excluidos de la conversación, en línea con la ya mencionada observación de que las personas tendemos a charlar sobre los aspectos que compartimos más que sobre las experiencias que nos distinguen. Es decir, los que viven experiencias únicas pueden acabar siendo más infelices porque no tienen nadie que quiera escucharlas. Si este efecto secundario de las experiencias extraordinarias es tan grave, ¿por qué todos seguimos insistiendo en hacer ese viaje exótico, o por qué hay 600 personas que han pagado un dineral por un asiento en una nave espacial? El motivo puede ser que, aunque las experiencias extraordinarias dejen secuelas negativas en el plano social, las personas seamos incapaces de verlas venir.
¿Cómo iba yo a esperar que mi deseado viaje a Marte me costaría mi nutrida agenda de amigos en Facebook? Para estudiar esta predicción, los autores diseñaron el Experimento 2, donde a los participantes se les explicó el procedimiento del Experimento 1, ya descrito, y se les pidió que predijesen cómo se sentirían si hubieran vivido cada una de las situaciones de ese estudio. Tal como he comentado, el resultado indicó que, efectivamente, tenemos una predisposición persistente a esperar que las experiencias extraordinarias sólo pueden causar un impacto positivo en nuestras relaciones sociales, en vez de todo lo contrario. Los participantes juzgaron, equivocadamente, que las personas que habían visto un video mejor que el resto serían más populares y que el grupo los integraría en la conversación.
Como conclusión, tendríamos que decir que aunque las experiencias extraordinarias sean atractivas a muchos niveles, tienen un coste social imprevisto. Las personas tendemos a rodearnos de nuestros iguales y a conversar con quienes comparten nuestros puntos de vista y tienen temas de conversación favoritos similares a los nuestros. De ahí que a menudo hagamos a un lado a quien se sale de esos parámetros. Además, según los resultados de esta investigación, esta tendencia en las relaciones humanas es objeto de una especie de miopía: nadie repara en ella. Todos creemos que la experiencia extraordinaria implica popularidad y afecto, cuando puede suceder lo contrario. En resumen: el viaje a Marte sería una pasada, de realizarse algún día, pero será mejor hacerlo en buena compañía y, al volver, recordar con tus amigos aquellas experiencias cotidianas que siempre os han unido. ¿Realmente necesitas hablar a todas horas de tu viaje?
Referencias
- Cooney, G., Gilbert, D., & Wilson, T. D. (2014). The unforeseen costs of extraordinary experience. Psychological Science, 25(12), 2259-2265.
- Gigone, D. & Hastie, R. (1993). The common knowledge effect: Information sharing and group judgment. Journal of Personality & Social Psychology, 65(5), 959-74.
- Smith, R. H., & Kim, S. H. (2007). Comprehending envy. Psychological Bulletin, 113, 46-64.
Crédito de la imagen: Usuario Prischiessl en Wikimedia Commons (CC-BY3)
Muy curioso. Aunque igual no es lo mismo ver un vídeo que realizar otro tipo de experiencias que puedan ser más interesantes de ser escuchadas para los interlocutores. Por ejemplo, si siempre he querido ir al Amazonas y alguien que ha estado allí tiene cosas que contar, seguramente estaré encantado de escucharlo. De todas formas, enlazando con algún vídeo que ha subido Helena a su blog, no es lo mismo el yo que recuerda que el que vive experiencias. Si planificáramos unas vacaciones pensando en el «yo» que vive las experiencias, ¿realmente haríamos el viaje?
Una tercera, ¿somos totalmente libres a la hora de planificar nuestras experiencias o estamos influidos por la publicidad y el cine? ¿Qué nos lleva a ir a ver New York en vez de visitar ese pueblo tan bonito a tan solo unos kilómetros de casa y que nunca hemos disfrutado? ¿Por qué los lugares que aparecen en las películas de masas se acaban convirtiendo en los principales destinos turísticos? (EEUU principal destino turístico p.e.). ¿Qué nos lleva a cruzar medio mundo si no es la publicidad del cine?
Una cuarta, la gente lo puede pasar mal en el trabajo porque le pagan por ello. Pero en vacaciones todo el mundo lo pasa genial, o eso recuerda al menos, en parte seguramente porque se paga por disfrutarlas (disonancia cognitiva). Recuerdo que esto lo estudiamos en psicología del ocio y me hizo empezar a pensar en mis vacaciones.
Una quinta, somos muy malos prediciendo cómo nos vamos a sentir en distintas situaciones, así que seguramente seremos muy malos averiguando qué vacaciones serán más divertidas.
¿Cómo planificaríamos las vacaciones si tenemos en cuenta todo esto?¿Queremos tenerlo en cuenta realmente?
Una sexta, planificamos vacaciones y otras experiencias seguramente también en función de quién queremos ser o qué cualidades queremos tener, es decir, buscando nuestra identidad. Aunque eso implique a veces pasarlo peor… La verdad es que la psicología del ocio es un tema muy interesante… ; D
Fijate que he tenido la oportunidad de convivir con deportistas, artistas, políticos y gente muy famosa, pero tengo muy pocas fotos con que demostrarlo, sin embargo mucha gente me cree porque saben que soy guitarrista, cantante y compositor y que he compartido el escenario con gente de renombre, incluso, muchos me han visto. Sin embargo nunca me ha llamado la atención andarlo anunciando y mucho menos presumirlo. El problema es que mis conocidos me reclaman, a veces, «¿por qué no te tomaste una foto con el, menso?» «Mira… Ve a saludarlo», entre otros. De los lugares en los que he estado, también tengo poca evidencia, Es más, es muy extraño verme en fotos familiares; y esto es desde niño. Mucha evidencia sobre mi vida quedo en el olvido. lo raro es que no me preocupa no tener evidencia. Bueno ultimamente sí, pero por cuestiones de curriculum artístico, pero si no fuera porque estoy en límite de mis capacidades vocalísticas y habilidades guitarrísticas y la necesidad de proyectarme como artista, si quiero dejar un legado musical, o me dedicará a otra cosa que me reditue más recursos de vida… Tampoco me interesaría.
Soy muy raro… Será algún complejo eso de no emocionarme de estar con un personaje famoso… Platicando con un amigo, me comentó que estuvo en una comida con el papa Juan Pablo y le impactó «porque irradia una energía uff». Al respecto le dije que ni el papa me provoca esa sensación que el dice, y le platique que una vez estuvimos de frente con el «rey» pelé y no lo salude, no por mula, sino porque el no se dirigía a mi, con la consiguiente reclamación de mis conocidos allí presentes: «Saludalo Guey, ¿que te cuesta?»… Y es que a todos los seres humanos los veo así… como seres humanos… No tienen nada de extraordinario, «Semos igualis» unos con más fama, otros con más dinero, otros con más poder, otros con buen carácter, pero somos la misma mierda que llevamos por dentro y cuando nos llegue la muerte también. Aunque unos famosos en vida ya lo son, pero ese es otro tema.
A veces me siento solo por mi manera de ser, de pensar y por cuando alguien me pide un consejo y le plático este tipo de cosas, mejor me sacan la vuelta, y buscan a un «amigo» que les diga lo que quieren escuchar. Antes me entristecía, pero hoy con un poquito más de madurez me siento contento de ser auténtico, aunque no tenga seguidores los cuales se ganan con otras técnicas de relaciones humanas. Claro que estoy trabajando en la Victoria pública en términos de Stephen Covey. Pero eso es otro asunto.
¿Esto me pasa solamente a mi?
Porque hasta me ha tocado lidiar con reclamos que me acusan de irreverente cuando interacciono con alguna persona rica o poderosa (o famosa), cuando en realidad muy rara vez he salido mal con una de estas personas. Al menos que yo me de cuenta.
Muy ineresante Fernando. Me ha recordado a los últimos estudios de Kristin Neff sobre autoestima y autocompasión.
Qué interesante y bien contando!
Una cosa que quizá pueda ser interesante. Algunos autores (como Gad Saad) sostienen que algunas de estas ‘extravagancias caras’ son una forma de señalización sexual. Es decir que cual pavos reales dedicamos recursos en destacar para el sexo femenino. Es lo que llaman el ‘fenotipo extendido’ entonces da igual que luego estés triste por no poder compartir esas historias de turismo en Marte… eres el tío ese que puede ir a Marte si quiere!
Referencia de la que hablo: http://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S1057740813000247
Jaja, ¡una vuelta de tuerca al asunto! Habrá que entrevistar a esos 600 turistas espaciales, a ver qué intenciones tienen…
Gracias por compartir la idea y el link.
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