No queremos tener cerca a los bienhechores

Las sociedades humanas se caracterizan por albergar un complejo entramado de relaciones entre individuos, que a veces cooperan y a veces compiten. Muchas de las empresas en las que nos embarcamos con mayor o menor éxito, como la mera idea de construir un estado de bienestar, no tendrían ningún viso de salir adelante si no hubiera detrás un grupo de individuos cooperando, contribuyendo. Y todos entendemos que esta cooperación desaparecería si no hubiera una compensación justa por ello, en los términos que sea. En ocasiones sucede que la contribución del individuo a la empresa común no se corresponde con el beneficio que dicho individuo obtiene del grupo. Pensemos en una persona que paga religiosamente sus impuestos pero a cambio no hace uso de los servicios que el estado pone a su disposición. O al revés, alguien que se desentiende de sus obligaciones fiscales y además se aprovecha del estado de cuantas maneras puede. Ambos personajes, el «generoso» y el «egoísta», son los polos opuestos en cuanto al comportamiento social, y por eso cabe pensar que nuestra opinión de cada uno de ellos sería muy diferente: lo lógico sería expulsar al gorrón, por aprovecharse del esfuerzo de todos, y alabar al generoso, que aporta mucho al grupo sin costarle nada. La realidad, como veremos en este post, es mucho más compleja de lo que cabría esperar.

En una serie de cuatro experimentos, los investigadores Craig Parks y Asako Stone (2010) nos muestran cómo la tendencia humana a lidiar con estos comportamientos extremos es de todo menos racional. Inicialmente, el objetivo de la investigación era estudiar si aquellos que contribuyen poco al grupo serían tolerados, siempre que tampoco se lleven mucho del beneficio (por ejemplo, una persona que no paga impuestos pero tampoco hace uso de los servicios debería ser juzgada más benévolamente que otra que no paga impuestos pero sí se beneficia del estado). Para ello, diseñaron un procedimiento experimental en forma de juego de ordenador cooperativo.

En el juego, los participantes hacían equipos de cuatro miembros. Cada jugador tenía una bolsa de puntos y en cada turno decidía cuántos de sus puntos querían ceder al fondo común del equipo. Al acabar el turno, los jugadores tomaban para sí una parte de ese fondo común según su propio criterio.

En realidad, de los cuatro jugadores del equipo sólo uno de ellos era un ser humano, el participante del experimento, mientras que los otros eran «bots» controlados por ordenador. El participante no conocía esta circunstancia. Las decisiones de los tres jugadores manejados por el ordenador estaban fijadas de manera que uno de ellos tenía un comportamiento extremo: o bien hacía contribuciones muy grandes al fondo común del equipo, o bien contribuía muy poco; y por otro lado, o bien tomaba para sí una cantidad grande de puntos al acabar el turno, o bien tomaba una cantidad muy pequeña. Esto daba lugar a cuatro tipos de comportamiento extremo. Dos de ellos corresponden a una forma de obrar «justa», ya que reciben del grupo aproximadamente en la misma medida en que contribuyen al mismo (bien sea mucho o poco). Otro de los comportamientos extremos podría llamarse «egoísta», pues consiste en aportar poco al fondo común y retirar mucho. Por último, el comportamiento «generoso» muestra el patrón opuesto al egoísta: aporta mucho al grupo pero no se lleva nada para sí.

Al acabar el juego, se preguntaba a los participantes una serie de cuestiones, entre ellas si les gustaría expulsar del equipo a alguno de los jugadores. Esta es la medida que usaron los investigadores para comprobar el grado de tolerancia o rechazo de las personas hacia los comportamientos extremos ya descritos.

El resultado del primer experimento realizado por Parks y Stone (2010) se resume en la siguiente figura. Como habían anticipado los investigadores, los miembros del equipo que contribuían poco al grupo sólo eran rechazados si al mismo tiempo se aprovechaban retirando cantidades grandes de puntos (en la figura, lo vemos representado como «Ayuda poco/gana mucho»), mientras que si se llevaban cantidades pequeñas eran bien aceptados («Ayuda poco/gana poco»). Lo sorprendente, e inesperado, viene a continuación: como se ve en la figura, los jugadores generosos que contribuyen mucho y se quedan poco para sí («Ayuda mucho/gana poco») fueron mayoritariamente rechazados, ¡casi tanto como los egoístas!

Adaptado de Parks & Stone, 2010)

Adaptado de Parks & Stone, 2010)

Racionalmente, esto no tiene mucho sentido, ya que los jugadores generosos están contribuyendo a que el equipo vaya bien y no suponen ningún coste. Salvando las distancias, esto es como querer expulsar del país a los contribuyentes que paguen muchos impuestos y que a la vez no usen los servicios del estado.

Experimentos posteriores sirvieron para descartar que tras este criterio tan ilógico esté una percepción de que el jugador no entiende las reglas o está tomando decisiones equivocadas. Los motivos fundamentales que explican la decisión de rechazar al «bienhechor», según Park y Stones, son los siguientes.

¿A que todos le tenemos manía?

¿A que todos le tenemos manía?

Por un lado, la presencia de una persona excesivamente generosa en el grupo hace que los demás se sientan egoístas por comparación. Las personas no podemos evitar establecer comparaciones y autoevaluarnos en función de estas, y no salimos bien parados de una autoevaluación cuando tenemos enfrente a un santurrón que entrega todo lo que tiene y no se lleva nada a cambio. La reacción habitual es quitar de nuestra vista al causante de esta comparación que tan poco favorable nos resulta: expulsamos al generoso para no sentirnos mal.

El segundo motivo para el rechazo al bienhechor es que es percibido por los demás como alguien que se desvía de la norma. Parece que las personas tenemos en gran estima las reglas de convivencia (en este caso las reglas del juego) y castigamos a quien no las cumple. Consideramos un comportamiento justo el de quien contribuye en la misma medida en que se beneficia, sea mucho o poco. Cualquier estrategia que se salga de ahí es sospechosa de ocultar algo y debe ser penalizada, incluso aunque objetivamente favorezca al bien común.

Para acabar, resaltemos que esta investigación se llevó a cabo en Estados Unidos, en una cultura que a menudo se describe como particularmente individualista. ¿Qué habríamos encontrado si el experimento se repitiera en el seno de una cultura colectivista? ¿Qué pensaría el lector de una persona que, motu proprio, se ofreciera a pagar más impuestos de los que marca la ley, y sin pedir contrapartidas?

Referencias

  • Parks, C. D., & Stone, A. B. (2010). The desire to expel unselfish members from the group. Journal of Personality and Social Psychology, 99, 303-310.

Acerca de Fernando Blanco

Experimental Psychologist. Believe it or not, this is fun!
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11 respuestas a No queremos tener cerca a los bienhechores

  1. Socioideas dijo:

    Interesante. Una pregunta: ¿El experimento usó teoría de juegos?
    P. D: Lo rebloguearé, si no es mucha molestia.

  2. Socioideas dijo:

    Reblogueó esto en SOCIOIDEASy comentado:
    Un interesante experimento.

  3. Hola Socioideas,
    El estudio no usó la teoría de juegos como base teórica, aunque yo también veo la relación entre las dos cosas.
    Un saludo

  4. Faruc Razo dijo:

    ¿Un tercer motivo puede ser que se le considera tonto y por tal motivo se le retira de la sociedad por no correr un riesgo con una persona estúpida en el equipo?

  5. Hola,
    Este podría ser un motivo válido en la vida real, pero no explicaría los datos de este estudio por el siguiente motivo. En uno de los experimentos que describen los autores, hicieron una modificación del procedimiento para descartar esta explicación (el que los «generosos» no sepan jugar o no entiendan las reglas). El resultado siguió siendo el mismo.

    Insisto en que, aunque no sirva para este estudio, aplicado a la vida real no me parece una mala explicación la que mencionas. En vez de generosos, los llamamos «tontos», ¿verdad?

    Un saludo

  6. redhead dijo:

    Eso te lo explico yo ahora mismo: Ya nos esforzamos al 110%. Nadie quiere que el nivel de exigencia suba, sino baje. Un día es uno, otro día se suma otro fuerte al conjunto y al final acabas tú expulsado… y no por ser fuerte sino por débil y eso no pinta bien.

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  10. Alejandra dijo:

    En los contextos donde el sacrificio es valorado tal vez no sería tan rechazado.

    Pero entiendo también el hecho de sentirse aludido con lo que un@ no es capaz de hacer y por lo tanto sea rechazado.

    http://ayudapsicologicacognitivoconductual.com/

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